Sebastián Febres – CEO de Serpram – SUEZ Air Quality
A mediados del año pasado un estudio el estudio “Chile 3D 2018” de GFK Adimark, que abarcó a las principales ciudades del país, arrojó que entre las principales preocupaciones de las personas está la “contaminación ambiental”. Esta alcanzaba el primer lugar con el 48% de las menciones en el ámbito medio ambiente, incluso por sobre la falta de agua.
Luego, en el Índice de Desempeño Ambiental 2018 (EPI por sus siglas en inglés) que desarrollan cada dos años investigadores de las universidades de Yale y Columbia, Chile obtuvo las peores calificaciones en el área contaminación del aire. Nuestro país se ubicó en la posición 176. Esta medición se basa en las intensidades de emisión de NOx (óxidos de nitrógeno) y SO2 (dióxido de azufre) de los países.
Recientemente vimos que Chile se ubicó en el lugar 57° en leyes medioambientales entre 63 países, según el informe de competitividad mundial elaborado por el International Institute for Management Development (IMD) de Suiza, con la Universidad de Chile, que, entre otras cosas, mostró un retroceso en la variable exposición a contaminación de partículas en el país.
Los chilenos están preocupados por la calidad del aire que respiran, y desde hace ya varios años el foco de esta preocupación dejó de ser solo Santiago. En 2018, al menos 4 ciudades del país vivieron días de emergencia ambiental con índices altamente peligrosos para la población. Coyhaique presenta los mayores índices de contaminación de América, y junto a Padre las Casas, Osorno, Temuco, Andacollo y Rancagua, está dentro de las 20 ciudades más contaminadas del continente, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En lo que va de 2019, ya son varias las ciudades que han experimentado alertas o preemergencia, especialmente en la zona sur.
Si bien es claro que en muchos casos la contaminación se origina por la forma de calefacción que se usa, una parte importante proviene de procesos industriales. Estamos viviendo un contexto social complejo, en el que las empresas necesitan aumentar su aportación de valor al entorno para diferenciarse de sus competidores. Entonces, la pregunta que surge es ¿tienen cómo demostrarle a la comunidad y a la justicia que están haciendo las cosas bien, o al menos mejor que antes? O, en un escenario desfavorable, ¿tienen cómo demostrar que no son responsables de la contaminación?
En un escenario como el actual, la necesidad de avanzar y de tener respuestas claras para la ciudadanía y los entes fiscalizadores es clave a la hora de mejorar la relación con las comunidades aledañas y, sobre todo, en los estándares en las variables ESG (medio ambiente, sociedad y gobiernos corporativos). Hoy no es opcional: las compañías deben contar con tecnología de vanguardia para medir sus emisiones y, con esos datos, hacer mejoras, evaluar procesos y demostrar que el desarrollo económico es compatible con el cuidado del medioambiente.
En Chile existe tecnología probada a nivel global para medir, analizar y minimizar los impactos de las emisiones en las comunidades, y para que aquellas empresas que hacen las cosas bien puedan distinguirse del resto. Existen además el talento y la experiencia para gestionar de manera eficiente y sostenible las emisiones, además de soluciones integrales que permiten a la industria poder centrar sus esfuerzos en el desarrollo sostenible de su actividad productiva, siempre en armonía con su entorno.
Todos quienes administran procesos industriales tienen que ser especialmente cuidadosos y respetuosos con temas tan importantes como la calidad del aire que respiran las personas. Hoy lo mejor es ir avanzando y despejando variables una a una. Ser un buen vecino es un gran paso. La tecnología y los conocimientos están disponibles. El desafío ahora es ocuparla, sacarle el mejor partido y posicionar a nuestro país como un referente en el cuidado del medioambiente.
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